Ya no es ni será como aquellos
cursos de karate en los años 60, pero este lugar reúne las condiciones para
generar la mística de una aventura enriquecedora, para comprender los valores
del espíritu como en las prácticas de aquellas épocas.
Fue por ello que decidí
realizarlo en las antiguas instalaciones del predio casi oculto de la Asociación Cristiana
de Jóvenes, envueltas por viejos cerros del terciario, que crean un micro clima
envidiable de un pueblo maravilloso, lejos de los cómodos pisos de madera
flotante y modernos de goma, que buscan los practicantes en estos nuevos
tiempos.
Me permito narrarles además la
gran foto de todo un complejo en donde mas fotos color sepia cuelgan de las
paredes en su antiguo salón, recuerdos de un ayer, no tan lejano en su legado, mi
atención en imágenes de Pancho y Rabito, dos perros Collies que han sabido ganarse
el querer de antaño, mientras siguen presentes hoy sus sucesores de raza
callejera, que anónimos mueven sus colas
manifestando su alegría corriendo delante de nuestras filas en entrenamiento,
como anfitriones en los caminos de un pueblo silencioso.
La mágica imagen de la escalera
de un inmenso jardín hacia el campo de Crópogo, juego del que nunca oí hablar en mi vida, el
viejo chalet antiguo cubierto en nieve que en algún invierno pasado cayera con
la nitidez que otorgara una vieja máquina de foto de época.
Salir de aquel salón para que
nos envuelva una gran arboleda de viejos pinos y sus misteriosos senderos, en laberintos
que conducen a rincones de ensueño, los aromas que el aire transporta y
embriagarnos en su diferente composición de plantas y flores, en extenso parque.
Mas allá… un puente colgante
que al cruzar deja observar el serpentear del arrollo milenario, con sus dique
en piedras naturales, y el arrullo de sus aguas cristalinas en natural Feng
Shui.
Pero quiero detenerme en lo
que llamamos el Dojo.
Seis ventanas hechas en vieja
madera ya hinchadas, y paredes limpias que apoyan sobre un viejo y gastado mosaico
granítico, su techo en tinglado de viejas chapas acanaladas y su doble puerta crujiente
en la mitad del espacio para invadir su ambiente. Nada más austero para
desarrollar nuestra disciplina como monjes de antaño.
Temprano aquel ambiente bajo
las reglas protocolares del karate Do, comenzamos nuestras prácticas
purificadoras, buscando el contínuo sudor en nuestro cuerpo, demostrando estar
vivos “aquí y ahora”.
Como contra partida entre lo
antiguo y lo moderno, “el cielo y el fuego”, una Piscina! climatizada, y su
chorro de agua cual jacuzzi, genera su demoníaca atracción a vencer entre los
1000 Ghiaku Zuki diarios a realizar…
Ellos limpian y entrenan en el
dojo, esperan que el grupo se consolide, aprenden la convivencia, respetan, se
forman, saludan, y comienza la intensidad de la práctica sostenida, firme, sus cuerpos dilatan músculos
y arterias, los movimientos rítmicos y amplios, la exhalación y el kiai, retumba
en sus rincones llenando con regocijo el ambiente creado.
A fuera, a veces el sol, a
veces la lluvia, y la sensación de que nada y todo importa, transpirar mientras
consumimos tiempo es nuestra naturaleza.
El Seiza y el Dojo Kun cotidiano
antes del descanso ganado.
“Mi Rincón” debajo de los árboles
y a la orilla, dos reposeras en la pequeña playita del cristalino arrollo, el
estar increíble, y con los sonidos de la naturaleza, allí, en quieta meditación,
invita a las musas inspiradoras que aparecen y desaparecen, divertidas, para
entretenerme en querer atrapar las ideas
reveladoras del ser… nuestras mentes se tornan mas amplias y nos dispone a toda
la verdad de nuestra forma de ser, la magia de poder escribir este relato como
testimonio, y crear la próxima clase.
Buscar en el jardín de pinos el
que plantáramos el año anterior, y no reconocerlo, ver uno casi famélico y otro
robusto y elegir el último por pícara conveniencia, pequeño auto engaño que no
molesta a nadie… solo déjalo ser, decimos…. a este y al otro.
“El desafío”, “la Ventana”, llegar a la
cumbre del cerro mas alto de la zona en tranquilo paso, con el cansancio
acumulado por los días de entrenamiento, “el camino de los Mirmidones” de antaño, animando a los no acostumbrados a
sentirse cabras, entre turistas retrazados, sentarnos en su hueco allí en la cima,
sentir el silbido del viento al mirar la gran pradera de una inmensa región,
entender que no debe ser posible que haya hambre en nuestra tierra.
La riesgosa bajada y el
merecido descanso, pensando que además más karate nos espera para sumar conocimiento
en el esfuerzo.
Los Almuerzos y las cenas de
Camaradería, las tardes en la placentera agua climatizada, reconfortante a nuestros músculos que alivia
para estar listos para el próximo desafío.
El rincón del “Fogón”, su
calor y su hipnotizante serpentear de llamas como en los comienzos de los
tiempos, la alegría de compartir la noche estrellada y su fresca, los
infaltables cuentos y las estrepitosas carcajadas en complicidad de todos.
Pero hay tristeza también, no
solo alegría, y es en la partida… interminables abrazos… y todos a sus
quehaceres cotidianos nuevamente… dejando atrás los momentos compartidos de
darse animo los unos a los otros con la satisfacción de haberlo logrado, mi
mirada sobre ellos con orgullo contenido, y con la esperanza de encontrarlos a todos
nuevamente el año próximo con renovado espíritu, para seguir en esta
maravillosa filosofía de ser…
Gracias por estar y amar lo
que amamos!
OSS¡¡
Eiken
Hamasaki