La visita
¡Che! ¿cuánta
plata hay que reunir?, -la pregunta de rigor-. ¿Y si lo traemos en Ferry?, jaja!,
Bueno, -dice Pedro-, yo me encargo del pasaje, ustedes se encargan de juntar
para la estadía, ok? ¡No!, no es justo, -responde Tito-, lo pagamos entre todos,
¿está bien?, y nos ponemos a trabajar, ¡tenemos un mes!
Y así fue.
En primer lugar, todos se confeccionaron
el Karategui, cual traje de recepción; Segundo, saber donde sería la práctica,
y tercero organizar su estadía. Y comenzó el delirio: Meneguin había pintado al
óleo un cuadro gigante de Sensei Itaya, como de 2 metros de alto por 1.50 de
ancho más o menos, copiado de la foto tradicional del libro de técnicas del instituto
Samurai provisto por Humeres, como artista que era, y por primera vez vi el Dojo Kun
pintado, escrito, y el tigre del Shotokan con fondo rojo y sus negras líneas, todo
un acontecimiento, fuimos a ver las pinturas a su casa ( particularmente yo que
venía de una religión sintoísta, me pareció muy pomposo, pero así quedó ya que
era lo único como retrato que teníamos de aquel su Maestro).
El Tigre
como emblema nos impresionó, era de una atracción increíble, su pose, la
expresión en su silueta solo por sus rayas, motivando el Ying y el Yang entre
sus líneas y espacios vacíos, todos nos imaginábamos tenerlo alguna vez bordado
en el karategui. Hoy en día se los tatúan en su propia piel cual yakuza vernáculo.
Finalmente
se optó por pedir el salón central del colegio de Artes Visuales por su nombre
y la comodidad de encontrarse en pleno centro de la ciudad para el sábado de
tarde, y el Centro Español para el Domingo media mañana. Realizamos varios
asados para la recaudación de los fondos, reservamos su habitación de hotel, -no había
buenos en aquella época-, recién se estaba construyendo el “Salto Grande”, y así
fue que, -si la memoria no me falla-, el Hotel Colón fue el elegido, al lado
del Departamento de Policía.
Ya todo
estaba listo, la cantidad de practicantes había aumentado, éramos
aproximadamente 20 alumnos, todos intrigados, ni hablar nuestro reducido grupo organizador,
nerviosos es poco decir, como a toda gran personalidad, queríamos darle lo
mejor, hasta discutir con que coche ir a
buscarlo el sábado por la mañana al aeródromo “Pierrastegui”, por aquella época
los vuelos del Avro, un turbohélice, no eran frecuentes, y el día tan esperado había
llegado.
En las viejas
épocas el informe de aterrizaje no era preciso, siempre se demoraba, vaya uno a saber por qué,
y cuando preguntábamos, las explicaciones desconcertaban aun más, así que ese día
Sanabria y Humeres lo van a buscar, el aeródromo quedaba lejos por lo menos 30 minutos de viaje, al
llegar empezaron a preguntar si el vuelo había llegado y les contestan: ¡Hace
rato Chamigo¡, -¡No!!!, -expresaron-, ¡entonces no vino!!!, ¡perdió el vuelo!, -o
lo peor- ¿Dónde se metió este Japonés?, -vociferaba
Sanabria hasta que se dan vuelta y… el Maestro
Inoue estaba tras de ellos, sentado en un tronco, con el bolso entre sus
piernas esperando. Ambos, sin saber tanto el protocolo, se le acercan y lo
saludan pidiendo las respectivas disculpas. Solo dijo: ¡¡¡Tarde!!!, como verán
empezamos mal!!! Vestía un traje gris claro de solapas anchas, pantalón Oxford,
botas y una polera clara, a la moda en aquellas época de los 70, el pelo bien
corto, y su pronunciado mentón, a todos llamaba la atención su altura, pues
para ser japonés era alto, 1.80 mts y 23 años de edad aproximadamente. Cuentan
que solo mira a Pedro, poniendo sus cejas en “V” y fue suficiente, apretón de manos
y se encaminan al auto de Sanabria, sin mediar palabra, 30 minutos de silencio,
sin saber que pronunciar, el Maestro no manejaba el castellano.
Así fue
que la presencia de El en la ciudad fuera novedosa para los que practicaban algún arte marcial o tenían interés por el,
todos estaban a la expectativa de ver a un verdadero practicante de karate en acción,
y sobre todo venido del mismísimo Japón.
Lo alojan
a Sensei en el hotel, y a seguir los preparativos con el grupo de practicantes
para que nada fallara o faltase, repasábamos quien abriría el local, su
limpieza, la disposición de los asientos, ya que mucha gente vendría a
conocerlo, -entre ellos mi abuelo y traductor-, donde se cambiaria, donde seria
el almuerzo, la cena, etc. Todos los detalles del caso, Pedro lo llevaría a almorzar
y después lo dejaría en el hotel para que descanse, pero lamentablemente no fue
así, el no estaba acostumbrado a dormir siesta como Sanabria y los demás del
pueblo hasta las cuatro de la tarde ¡Buenos
Aires tiene otro ritmo! ¿No duermen siesta en Japón? vociferó Tito, y pregunta ¿Pedro,
donde lo llevo?, ¡No se!, -dice Pedro-, pásalo a buscar y entreténlo…
Tito me
pasa a buscar y vamos al hotel, allí
estaba con su traje gris. Se sienta en el lado del acompañante y partimos, en
silencio. Después de dar la tradicional vuelta de la plaza principal, encaramos
directo al San Carlos, a ver el Castillo, esperando que le gustara, pero
entrando en la ruta, Sensei al parecer no se aguanta el silencio, toma un
cassette de la guantera, venia de un país más adelantado tecnológicamente, así
que cassette en mano, lo estrella contra el dial de la radio, (al parecer en Japón
el dial es retráctil y deja paso al cassette) ¡¡¡NOOO!!! -grita Sanabria- ¡¡¡y
a la Mierda el dial, jajajaaaa!!!, el Norman (nombre de modelo del pasa-cassette),
lo tenia del otro lado del volante.
Es así que
le saca el cassette de su mano y lo inserta en el Norman para que escuche “Los
Cuatro Soles”, la música del gusto de Tito, y que yo detestaba, jajá ¡¡no podía
parar de reírme!! Sensei que no sabia como pedir disculpas ¡¿no anda esute?! -pregunta
Sensei-, y yo reía. La cara de Tito ¡¡¡de no creer!!!.
Bajamos en
el castillo, había algunos tomando mate, y lo ven a El de traje a pleno sol, se
dan todos vuelta a mirarlo, a mis 14 años no era orgullo lo que sentía, quería
esconderme detrás del guarda barro del auto para pasar desapercibido, pero nada,
seguíamos junto a EL sacando pecho, ¿Viejo esute?, Si, -respondo-, Muy viejo,
mirando el castillo, y Sanabria me dice: ¡¡me hizo mierda la radio!!, jajaja me
rio, Sensei me mira sin saber de que hablábamos y trato de morderme la lengua y
aguantar... lo paseamos por el castillo, volvemos al auto después del recorrido
y lo llevamos a la orilla del rió a ver los Saltos Chicos, caminaba por la
arena y el pedregullo, lo noté molesto,
parece que cuidaba sus botas, ya había pasado una hora y todavía faltaban tres,
donde mierda mas lo podíamos llevar?, así
es que empezamos a tirar piedras al río y ver quien hacia más cantidad de
sapitos…jaja!, de pronto estábamos los tres haciendo lo mismo y eligiendo
piedras chatas para mejorar los tiros jaja! En ocasiones es al día de hoy que recordamos
con Sensei aquella tarde y nos reímos aún pasados los años.
Obviamente
que el recorrido siguió por el Balneario viejo, donde naufragara mi carpeta de geografía,
y el viejo puerto y la cancha del Libertad.
Volvimos
al centro y la única confitería abierta se llamaba “Para Mi”, ó en su esquina
de calle Buenos Aires “Lion D´or” donde ofrecían pizzas y cervezas, así que
tomamos un café mientras lo seguíamos observando detenidamente, hasta llevarlo
al hotel. Le dijimos que lo pasaba a buscar Humeres y nos fuimos, Sanabria
seguía refunfuñando y probando que su radio funcionara, jajaja!.
Todos ya
estábamos cambiados de karategui esperando su llegada, al entrar cual artista
marcial, por los comentarios que habíamos hecho desde hacía un mes atrás, todos caminaban detrás de El. -Pedro nos dice-
¡Vayan para el salón¡, y lo acompaña a cambiarse, la gente expectante trata de
espiar, El con su Karategui impecable blanco entra , y todos admirados de verlo
esperando alguna orden, nos ponemos en fila todos los practicantes, nadie había
faltado, y Humeres lidera el Zeiza: por primera vez en el pueblo con un Maestro
de verdad en el frente. Sensei Inoue toma su posición, nos hecha una mirada de
soslayo antes de darnos la espalda y tomar su lugar, Pedro ordena a viva voz ¡¡¡Seiza!!!, el Maestro baja su figura y
nosotros a la misma vez lo hacemos tras El, ¡¡¡Mokuso!!! -suena la segunda orden-, y cerramos nuestros ojos y calmamos
nuestra respiración, la emoción me traiciona, y no puedo dejar de pensar lo que
se ha logrado, nuestra primera acción de meditación, pienso el gran paso que
estábamos dando, no solo en Concordia sino en la región, ¡¡¡ Mokuso Iame!!! me sorprende y abrimos los ojos y saludamos al Sensei, y
comenzamos. Sanabria conduce la gimnasia de entrada en calor, mirando con expectativa
si había alguna corrección de parte del Maestro, nada ocurría y termina su
rutina. Humeres nos forma en fila para comenzar la práactica y de allí en más
fue todo Kihon¡, por primera vez
oímos su voz y su orden de ejecución de movimiento que tanto tiempo nos
imagináramos, una gran alegría nos recorrió el cuerpo, ya que conocíamos todas
las técnicas que pedía en idioma japonés, pues de esa forma nos obligamos
nosotros practicarlas, seguramente con algún defecto, pero en general todos lo
hacíamos en correcta unidad.
La práctica
del Kihon duró aproximadamente una hora, pero cuando llegamos a las técnicas de
keri
waza (golpes con las piernas), empezamos a flaquear, en un momento
Sensei empieza su despliegue, y nos muestra un yoko gueri kekomi!, wauhh¡¡¡
soberbio, recto, la lona de su pantalón suena como un shock y su talón queda
suspendido en el aire a la altura de la cara de Humeres, nos mirábamos entre
nosotros y la admiración ya estaba de manifiesto, ilusos que creíamos que el
mejor yoko gueri lo hacía Sanabria en las prácticas, el despliegue de sus bases
expandidas nos dejó sin aliento, su impacto en el giaku zuki y el kime!!!
parecían rasgar su chaqueta, estábamos
ante un Maestro de verdad, hablábamos en voz baja y quedamos admirados por su
condición de karateka.
Las 2
horas se nos fueron increíblemente rápido, pero altamente transpirados! Terminó,
la gente presente aplaudió su clase y se sorprendieron cuando al terminar
repetimos fuerte el Dojo Kun que leíamos del cuadro pintado y colgado frente a
nosotros. La clase pasó a ser una exhibición, lo saludamos uno por uno, y nos
retiramos. Notamos que le pide a Pedro que se quede porque le mostraría los detalles
a corregirnos, aun no estábamos habituados a la verticalidad de la transmisión,
intentamos quedarnos también, ávidos de absorber conocimiento, pero fue
terminante, nos teníamos que ir, nuestro instructor debía corregir algunos
detalles en la transmisión, los mayores lo llevarían a cenar, mi edad y mi
bolsillo no permitían semejante gasto, así que solo me conformé con la espera
de la práctica del Domingo a la mañana en el “Centro Español”, salón que si
conocía por los bailes escolares de tarde llamados “vermouth”.
Enseguida
anoté algunas cosas y palabras que Sensei Inoue pronunciaba, que no estaban en
las figuras de libros editados generalmente en inglés, como Kakai ashi, Shigi Te,
Todome.
El
Domingo, allí estábamos nuevamente, luego del protocolo inicial y la entrada en
calor, y repasamos detalles del día sábado, y comenzó la instrucción de Kata,
alrrededor de cuarenta veces repetimos el Heian-Shodan,
recién cuando se dió por satisfecho que lo habíamos entendido bien, nos explica
el Heian-Nidan.
La clase
siguió siendo intensa, pero lamentablemente terminó el tiempo de práctica,
dejándonos en un halo de tristeza, y solo pensar en repetirlo era la solución para
salir de ese estado, y así fue, una y otra vez, hasta formar la Asociación Entrerriana de Karate Shotokan.
Tomó su
avión esa misma tarde-noche, dejándonos la huella a seguir para el resto de
nuestras vidas…
Continuará…